miércoles, 4 de junio de 2008

El Colectivo Chino

Los chinos tienen algo de espectros. O al menos los chinos que viven en mi ciudad. Están pero no están. Llegan a mi urbe occidental y montan, no sé, un restaurante, o una tienda multiproducto, o se traspasan un bar de tapas (Bar Toribio) o dan masajes en la playa (si la hubiere); vestidos con sus pálidos ropajes de mayorista falsificador. Cosas normales de la época global, aparentemente. Pero yo no me lo trago: es como si siempre estuviesen tramando algo. Algo Gordo.
Para mí que son mitad humanos mitad delirios. Me resulta bastante difícil definirlos. Diría que son algo así como sombras de un indudable futuro incierto, seres físicamente independientes y psíquicamente encadenados: una suerte de mente colectiva, como la de las hormigas o las abejas. Ellos conforman lo que he bautizado como El Colectivo Chino: un ente pluricorporal, un enjambre de millones de cuerpos sometidos a una Voluntad Única, Singular.
Por ejemplo: los restoranes de El Colectivo Chino, con su fachada de motivos plástico-folclóricos y sus ventanas opacas, velando por mantener en secreto lo-que-se-cuece-en-el- interior, levantan mis suspicacias y me intimidan bastante. Tengo conocimiento de los mitos y leyendas acerca de su insalubridad. Se dice que utilizan carne de gato, o de perro o de rata. Yo lo dudo. Mis desconfianza se fundamenta en otras cosas: estoy convencido de que son una tapadera, una colección de pisos francos para urdir la Gran Conspiración para la Dominación.

El canguelo que me infundían era para mi imposible de superar hasta aquel día.

Ocurrió que el mentado día me levanté con el ánimo resuelto y un fuerte antojo de resolución de enigmas y desenmascaramiento de conspiraciones. Esta insólita coyuntura, pues no soy yo en absoluto temerario, me empujó a entrar a uno de tales restoranes, ajeno a mis más atenazadores pánicos. Créanme que para mi fue como atravesar un portal interdimensional, colarse por una brecha del continuo espacio/tiempo o, más concretamente, irse a comer al Limbo.
Los dragones, budas, y dorados ornamentos salpicaban el interior del local, con todas las mesas vacías. Al fondo del restorán vislumbré una barra desde donde tres figuras delgadas me miraban con una expresión de absoluta neutralidad. Mi razón me ordenaba dar media vuelta y marchar de allí o, más disimuladamente, preguntar si tenían tabaco y marchar de allí. Pero no hice ni lo uno ni lo otro y me senté en una de las mesas más cercanas a la barra.
En menos de lo que se tarda en decir “Áspid”, una de las tres siniestras siluetas estaba junto a mi. “¿Comel? ¿Sí?”, preguntóme. “Comer, sí”, contesté. Y me entregó la fotocopia plastificada que hacía las veces de Carta; lo cual no hizo más que acrecentar mi recelo y mis escrúpulos.
Una miríada de absurdas frases daban nombre a los diferentes platos del restorán: sopa de nido de golondrina en su esencia, familia feliz, bolas de soja roja de la suerte, águila china con salsa de ostras enanas, sepia agripicante con furia del dragón, cerdete Char-sui con aceite de ajonjolí, huevo centenario con porotos negros salados, etc.
Ante lo absurdo de la situación y no queriendo yo desairar a mis espectrales mesoneros, opté por no mostrar mis dudas acerca de tal o cual plato y con impostada resolución escogí los denominados “sopa de nido de glondrina, la familia feliz, el huevo centenario con porotos negros y media ración de águila china”, pues me habían informado de que El Colectivo Chino era ridículamente cicatero en el tamaño de sus pitanzas.

Mientras el menú por mi confeccionado iba sucediéndose en mi mesa –he de reconocer que a pesar de ciertas texturas repulsivas todo sabía bastante bien- el afanoso mesonero que me servía desaparecía entre plato y plato, atravesando una portezuela situada tras la barra y por la que –deduje- se llegaba a los fogones donde, probablemente, los otros dos se dedicaban a guisar para yo poder yantar.
En llegando al final del pantagruélico festín (mintióme quién me contó lo de la frugalidad de los platos chinos), el mesero se metió dentro de la cocina para hacerse con mi último plato: Águila china con salsa de ostras enanas. Acto seguido, a través de la portezuela que se dejó entreabierta, empezaron a surgir raros vapores de colores, inidentificables miasmas y ruidos de toda índole (chirridos, chillidos, gruñidos, berreos, rechinares, etc.), que me hicieron despertar de un lisérgico e involuntario letargo: ¡¡Yo estaba allí, no para degustar la gastronomía del Colectivo, sino para confirmar mis sospechas!! A buen seguro que la comida que habían estado sirviéndome estaba condimentada con especias hipnóticas y adormecedoras.

De nuevo pertrechado con la seguridad que me daba la conspiranoia, y viendo que el camarero todavía seguía dentro de ese infiernillo llamado cocina, me acerqué sigilosamente cual travelling de película de suspense hacía el quicio de la portezuela. Una vez enfrentado a ella, la empujé levemente y con un ÑIEEEEC acallado por los ruidos de la cocina logré asomar mi curioso hocico para ver lo que nadie de mis conocidos había visto jamás: La cocina de un restorán chino.
Al principio una espesa niebla me cegó, pero poco a poco la ofuscación se fue disipando y lo vi. Con mis propios ojos. LO VI. El corazón se me congeló por un instante, como gaseado con nitrógeno líquido, un torrente de sangre fue directo a mi recto y por poco defeco allí mismo. Lo que estaba viendo era, era...

En ese momento uno de los cuerpos del Colectivo se giró y clavó su rasgada mirada -tez torva portaba, créanme- en mi. El espanto que sentí me paralizó por un eterno instante que duró relativos eones. La sangre, entonces, abandonó mis venas y capilares intestinales y de nuevo se repartió por el resto de mi cuerpo: recuperé el control de mi maquinaria y, como vulgarmente se dice, puse pies en polvorosa.

Lo confirmé, señores. Fui testigo.

...6 años después

He aprendido chino mandarín y chino cantonés. Por fin ha llegado el momento, hoy es el día. Yo estoy preparado.





Texto escrito hace varios meses, pero editado y dedicado al Gran Don Bubón, del cual he robado expresiones e idiosincrasias.

Como diría Tarantino: es un Sentido Homenaje.

21 comentarios:

Anónimo dijo...

Y todo esto qué tiene que ver con Obama.

El Hombre de la Pústula dijo...

¡Pardiez, que me emociono! Me va usté a hacer llorar como una modistilla con el corazón roto.
No tenga reparo alguno en adoptar la natural afetación de mis verbales maneras cuando le plazca, como es natural, pero ¡no abandone esa trama, insensato! Ha hecho usté presa valiosa, mezclando en un solo relato el terror primigenio de Lovecraft y la actitud jovial y desenfadada de Gran Golpe en la Pequeña China ¡Y por si todo ello no bastare, se menciona el menú Familia Feliz! Inmejorable.
Que sepa que me he cubierto de orines en leyendo el su relato y le he levantado la voz al jefe por osar interrumpir mi lectura.

Nina Raval dijo...

Me parto con la foto.

estanli cuvric dijo...

Jorge, todo tiene que ver con Obama.
Don Bubón, me emociona que el emocione este emocionado y modesto homenaje a su estilo sin parangón. Y tomo nota sobre eso de no abandonar la ¿trama?
Nina, me alegra que algo del post le haya gustado!

Mr Blogger dijo...

"mezclando en un solo relato el terror primigenio de Lovecraft y la actitud jovial y desenfadada de Gran Golpe en la Pequeña China"

Este blog es genial, ya no solo por los geniales post, sino por los geniales comentarios. Me quito el sombrero ante ustedes

Anónimo dijo...

Me encanta el olor de la roja paranoia por la mañana... mffffff!... huele a... pato a la pequinesa.

Nina Raval dijo...

Dije que me encantaba la foto porque no había tenido tiempo de leer el post. Ahora ya puedo decir que me ha transportado a mis años adolescentes, cuando leía con pasión a Eduardo Mendoza en sus novelas detectivescas.
Ya sabes que tu blog me tiene el corasssón robao.

Milgrom dijo...

Yo también conozco esa sensación...

El Hombre de la Pústula dijo...

Esa sensación la conocí para mi mayor espanto hace unos meses, cuando alguien me dejó El Laberinto de las Aceitunas, livro que hubiere disfrutado infinitamente más de no recordarme a cada rato a mis propios desvaríos pustulares, que por supuesto salían de tal comparación maltrechos y cojeantes. Ya cuando llegué a lo de Pustulina Mierdalojo tuve que cagarme de viva voz en la sincronicidad cuántica.

Uno de los inconvenientes de ser un iletrado cateto es precisamente que uno se encuentra contando chistes que ya ha contado alguien con más gracia treinta años atrás. De hecho, tengo pendiente por otra histora distinta a Boris Vian, a quien leeré el día que me quiera sentir perfecto cretino del tó. Por no hablar del Sr. Toshiba, a quien recurro con asiduidad y fruición, cual si de frasco de cazalla se tratare.

Pero nada de esto me importa porque hoy, por fin, he conseguido una erección digna de tal nombre, erótico rictus que llevo exhibiendo todo el día por los pasillos de mi lugar de esclavismo.
¡Tchang vive!

estifen quinj dijo...

Vaya, ¡que gran teoría! Nunca me lo había planteado, pero eso de que los chinos podrían ser en realidad millones de entes formando parte de uno solo es algo que explicaría muchas cosas que nos rodean. Un misterio que esperamos que se resuelva en breve.
Muy buen relato señor cuvric, siga elevando la calidad de este garito.

estanli cuvric dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Folks dijo...

Al fin alguien coincide en mi teoría del Chino-Colmena.

Llevo tiempo adviertiendo a mis conocidos (Orayo puede dar fe) sobre ello, pero por ahora solo me han puesto una camisa de fuerza.
Escribo con la lengua.

Anónimo dijo...

¡¿Pero qué viste?! Por el amor de dos,... ¡España quiere saber!

Anónimo dijo...

Yo soy una víctima de la comida china; confieso que me gustan sus menús felices. La tez se me está poniendo amarilla, a la par que torva. En breves momentos, estaré preparado para dominar el mundo.

PD: "Miasma", gran palabra.

vovdilan dijo...

Pues yo defendía lo del mundo dominado por franquiciados del gobierno chino, pero tras este esclarecedor relato, empiezo a entender ese olor a chino que invade mi casa cada vez que como en un restaurante ídem.

House dijo...

Ooops!

Mi paciencia ha llegado justo para leer tres líneas escasas de la puta mierda que escribes. Un furullo, eso si, envuelto en celofán (como "de culto", vaya) -Ooopsss, añado-:

Pura retórica, vacuo mensaje, latifundio de la imbecilidad, deleznable mugido de una vaca afónica, rastro salibáceo de una babosa reumática, etc etc. Me ha dado como... como definirlo...?? ¿narcolepsia?

estanli cuvric dijo...

Hola David, ya se te echaba de menos. Gracias por lo de "vacuo mensaje". Aunque creo que no te llamas David.

Anónimo dijo...

"Yo soy amigo de los edificios convencionales de sólida planta y apariencia fiable. De la misma forma que en mis relaciones personales quiero que haya confianza y una "apariencia fiable". ¿Soy convencional? ¿Soy aburrido? Quizás si."

[...]

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Etiquetas: delicias, fan, fresones, madurez, proyecto"

Jefe Dreyfus dijo...

yo es que desde que vi "golpe en la pequeña china" cada vez que veo uno salgo corriendo..

Anónimo dijo...

Larga vida a los chinos, porque gracias a ellos descubrí la sopa de aleta de tiburón, el kung fu y a Shu Qi.

Eso de que estén invadiendo los bares de tapas me parece una idea cojonuda: aún recuerdo la mezcla de sabores de raciones españolas mezcladas con otras chinas acompañado de unos amigos y una tele que emitía Doraemon con el mute puesto... Brutal.

Anónimo dijo...

Por Dios, que ayer comí en un Chino... Ag.