
Tomé prestada la bicicleta California XL4 de uno de los cuatreros y me dirigí a la ciudad. Observé entonces que la carretera estaba siendo destrozada por un calamar gigante de trescientos ventiocho pies de altura. Traigo la palabra de diosito querido, le dije, y el calamar se postró también y agarró un cuchillo de cocina y se hizo rodajas para luego empanarse a si mismo. Se me ofreció diciendo: "Cómeme para que no desfallezcas en el camino". Y le comí.
A pesar de la accidentada carretera llegué a la ciudad sin más incovenientes. Vi que estaba muy muy cambiada desde la última vez. Los rascacielos estaban ahora forrados de piel de pobres y las calles asfaltadas con uñas de pobres.
Me fui al ayuntamiento y les dije: "Traigo la palabra de diosito querido".
Me miraron los concejales extrañados mientras sus secretarias les masajeaban la cuca.
Traigo la palabra de diosito querido, repetí a voz en grito.
Pero no me hicieron caso y volví con los cuatreros chinos, que si que me lo hacían.
Fin.