martes, 30 de septiembre de 2008

Monstruos de la pantalla

Existe la falsa creencia de que la belleza abre puertas en el Maravilloso Mundo del Cine (MMC). Bueno, tal vez no sea del todo falsa si la belleza se combina con unas gotas de puterío y pocos remilgos. Pero igualmente cierto o falso es que siendo feo como un vil súcubo, el MMC te puede acoger en su anhelado regazo de fiestas, estrenos, drogas y sexo.
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Lo que quiero decir es que muchas personas comúnmente denominadas como FEAS, individuos que se consideran desgraciados porque la naturaleza no les ha regalado una vulgar cara bonita, pueden hacer de su fuente de desgracia un manantial de dicha y dinero, e incluso fama. Sí señores.
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Cómo no, Hollywood nos ofrece un extenso y variopinto catálogo de ejemplos. A continuación les presento un elenco de auténticos monstruos de la pantalla, en su significado más literal. Actores que, rebelándose contra una más que probable infancia traumática, irguiéndose ante los espejos poliédricos que son las cámaras de cine, golpeándose, en fin, su torso engorilado, claman: ¡Este soy yo! ¡Mírame a la cara! ¡Con ella me gano la vida!
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Como en cualquier clasificación que se precie, existen sub-grupos que nos ayudarán a conocer mejor a estos excelentes actores y, adivino, mejores personas. El método que arbitrariamente he escogido para elaborar esta breve lista sólo consta de dos requisitos: en primer lugar, los actores listados, deben haber participado en más de 5 películas, y en segundo lugar, obviamente, tener algún tipo de tara, deformidad o menoscabo físico mínimamente atroz.
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Empezaré con el grupo que he decidido denominar, en un alarde de genio, como Los Amos Del Cotarro (LADC a partir de ahora). ¿Qué define a un LADC? Es fácil: tener un rostro más cercano a la familia de los tubérculos que a la raza humana. Mi escasa memoria cinematográfica sólo me ha permitido incluir a dos individuos en este elitista club:
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-Robert Z’Dar es conocido como La Mandíbula. Yo creo que es más, mucho más. No hay palabras para describirle.
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-Michael Berryman. Siempre pensé que Berryman, el viejo Pluto de Las colinas tienen ojos, debía haberse hecho con el papel de Slot en los Goonies. Sin necesidad de maquillaje.
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En segundo lugar, tenemos a una tropa mucho más numerosa: Los Pequeños Grandes Hombres (LPGH). Y no, Dustin Hoffman no está dentro. Estoy hablando de actores enanos. Seguro que todos ustedes, consumados espectadores, recordaran decenas de estos pequeños comediantes, pero he querido limitar la lista a 3 nombres:
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-Warwick Davis. Muchos de ustedes lo recordarán con el nombre Willow, pero Warwick, en la foto posando con su familia, es un respetadísimo actor en Hollywood.
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-Verne Troyer. El archifamoso mini-yo de Austin Powers, atesora muchas ganas de farra en sus breves 80 centímetros de altura. Hasta tiene su propia Sex Tape. Gñé.
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-Hervé Villechaize. Gurruchaga y James Bond le hicieron famoso en España, por su gran parecido a Felipe González. RIP.
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En el extremo contrario del espectro de actores monstruosos nos encontramos con Los Tipos Con Calzado a Medida (LTCCM), o sea, esos encantadores histriones con problemas de tiroides, grandulones y más largos que un día sin pan que, a pesar de su amenazador aspecto encierran un corazón asín de grande.
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-Richard Kiel. Más conocido como Tiburón, uno de los matones que más y mejor putean al caracartón de James Bond.
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-Matthew McGrory. Ya fallecido, Matthew alcanzó los 2,30 m. Participó, entre otras, en Big Fish, de doña Tim Burton.
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La lista podría alargarse hasta el infinito, es obvio, pero como ya he dicho mi memoria fílmica es escasa y también un poco vaga. No obstante no quiero dejar de realizar una mención especial a Mickey Rourke, sujeto de un caso realmente excepcional: se trata (probablemente) del único actor que inició su carrera en la clase de los guapos y populares y ha acabado siendo un serio aspirante a entrar en el selecto grupo de Los Amos del Cotarro.
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jueves, 18 de septiembre de 2008

Dominación Mundial de un Genio del Mal.

Al vivir en una séptimo sin ascensor siempre me había resultado difícil tener un sótano propio. Sin embargo nunca fui un hombre pusilánime que se diese por vencido al mínimo contratiempo que se cruzare en mi resuelto camino. Así pues, y tras indagaciones, sobornos y nepotismos varios, di con una empresa que prometió realizarme muy eficientemente las obras necesarias para que pudiese así gozar del sótano departamento, herramienta básica para cualquiera con unas aspiraciones como las mías: ser genio científico y/o del mal. Mis instrucciones a los obreros rumanos que acometieron la reforma se habían limitado a dos palabras: “lúgubre silo”. Y a fe mía que cumplieron con eficacia.

Con el sótano recién terminado, el siguiente paso para convertirme en una Encarnación del Mal canónica fue mucho más sencillo: conseguí en un brevísimo lapso de tiempo convertir mi tétrico escondite en laboratorio repleto de acristaladas geometrías, tubos de ensayo por allá, burbujeantes caldos fluorescentes por acullá y computadoras repletas de leds titilantes y palancas chirriantes. Por supuesto, tamaño centro de operaciones tiene un punto débil cuya destrucción provocaría una reacción en cadena que convertiría en fosfatina todos mis esfuerzos. No dejé nada en el aire, como ven.

Si algún día decido escribir el Manual del Perfecto Genio del Mal, les aseguro que dedicaré ríos de tinta al capítulo de cómo hacerse con un ejército de esbirros fieles e incompetentes, pues no es tarea fácil, no. En primer lugar tenemos los uniformes. ¿Pueden creer que ni una sola de las empresas españolas dedicadas a la confección de ropa laboral disponen de una línea de ejércitos privados y/o huestes maléficas? No me quedó otra opción que hacer un cásting entre los más afamados modistos nacionales para que dispusieran su arte al servicio de un fin mayor y más noble: mi dominación mundial. Tenía dudas entre Ágatha Ruiz de la Prada y Victorio & Lucchino, pero me decanté por éstos últimos al ver esta foto. El resultado no me decepcionó en absoluto, véanlo:

Un uniforme que transmite maldad y estilo

No me resultó fácil elegir la clase de hombres que iban a conformar mi chalsbronesco cuerpo de seguridad personal. Tuve que pedir una serie de requisitos indispensables para que cualquier candidato advirtiere cuán malvado soy y cuán ignominioso será su trabajo:
-En primer lugar no aceptaría a mujeres como carne de cañón bajo-ningún-concepto. Las aspirantes sólo podrían ser lascivas concubinas a la par que sigilosas asesinas.
-Todos los componentes de mi ejército debían ser Varones Incircuncisos, para evitar infiltraciones sionistas y como guiño a mi santo patrón Adolf Hitler.
-Por cada diez aspirantes, uno debía medir, al menos, 2’15 metros y tener un problema de tiroides.
-En sus escasos momentos de descanso, o cuando estuvieren un grupo de mis esbirros vigilando alguno de los accesos a mi Lúgrube Silo, sería condición sine qua non que se emborrachasen y/o distrayesen.
-Su puntería debía ser tal que, si quisieran protagonizar un motín, ni tan siquiera fuesen capaces de descubrir como funcionan los rifles positrónicos que portasen.

Tras el agotador esfuerzo del reclutamiento, el último paso indispensable antes de acometer la Dominación Mundial fue el desarrollo de un Arma de Masiva Destrucción, capaz de reducir el planeta a fosfatina en menos de lo que se tarda en decir “Pamplinas”. Por supuesto tal Engendro de la Muerte debía tener un punto débil, al igual que las computadoras de mi Lúgubre Silo secreto, que originase su total destrucción, así como un titánico temblor de tierra que, en pocos segundos, sepultase mi guarida.

Finalmente, y por si las cosas no salían bien y la Dominación resultaba en frustrante acción, tracé un ineficaz plan de fuga que, o bien me mandase directamente a las manos de mis enemigos, o bien acabase con mi vida accidentalmente, bajo los escombros provocados por el temblor de tierra.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Hadrones, fluzo y cerebros positrónicos

Quien piense que los premios Príncipes de Asturias son un oportunista sucedáneo de los premios Nobel no sabe de lo que habla. Quien crea que las siglas LHC corresponden a un programa de televisión chanante, no tiene ni la más mínima idea de la actualidad. LHC, amigos, son las siglas en inglés para Gran Colisionador de Hadrones. Si quieren saber lo que es, documéntense o tiren de google, yo no tengo ni la más remota idea. Existe actualmente un enfervorecido debate en el mundo científico académico sobre si ponerlo en funcionamiento podría generar un pequeño agujero negro que absorbería el planeta del mismo modo que se le da la vuelta a una camiseta tirando de la manga, pero bueno, se trata de una insignificante discusión de ratas de laboratorio.

A mi lo que me hipnotiza es su nombre: Gran-Colisionador-De-Hadrones.

Que algo real tenga un nombre así es motivo de gozo y celebración. Me da que el condensador de fluzo está al caer. Y también las pistolas de protones, los absorbentes de neutrones, los amortiguadores inerciales, el cerebro positrónico, el compresor estático, el phaser portátil, el látigo neurónico, el inyector de midiclorianos, la red de difracción, el subfusil psicotrónico, etc...


Aunque bien pensado, no estaría mal que el LHC se gripará en su estreno generando un gran ojete oscuro que succionara el planeta, igual que hacía Camilo José Cela con palanganas llenas de agua.